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Guardaespaldas

11. 8. 2011

Me sucedió algo extraño. No sé, tal vez mi fantasía es demasiado exuberante y no fue nada serio, pero también puede ser que mis dos amigos caninos me salvaron de una experiencia muy desagradable… o quién sabe de qué.

Pasamos mucho tiempo paseando. En cuanto el tiempo y mi trabajo me lo permiten, salimos a dar paseos en los bosques y parques naturales cercanos que comienzan detrás de nuestro barrio. Akha corre y salta alrededor y nada se le escapa. Tari, mi leal amigo, suele seguir mis pasos y a cada rato me toca con su hocico húmedo. Ya sabemos a qué hora vamos a encontrar a quién; el ambiente en nuestro pequeño bosque suele ser muy animado, también debido al cercano campus universitario. A cada rato pasa un deportista corriendo, un ciclista, nos encontramos con otros amigos caninos. Nunca se me ha venido a la mente que pudiéramos toparnos con alguien a quién sería mejor evitar. Ahora ya no estoy tan segura de ello.

Otro día salimos al paseo un poco más tarde que de costumbre. Ya no había nadie en nuestro bosque, nuestros amigos y sus perros ya habían regresado a casa y los estudiantes deportistas ya estaban en la escuela. Empecé a subir con los perros por un camino entre las últimas casas y el bosque y dentro de poco estábamos lejos del área urbanizada. Le quité el bozal a Akhami (en mi país los perros deben llevar bozal) y comenzamos a jugar. A Tari no le quité el bozal, ya que tiene una costumbre fastidiosa de triturar y tragarse toda la madera que encuentre. De pronto, arriba en la loma apareció una figura alta y flaca viniendo en nuestra dirección. Nos cruzamos. Un joven de cara fea me echó una mirada penetrante. No me gustó nada y a Tari tampoco. El perro levantó la cabeza y examinó al joven desconocido. El hombre no correspondía al tipo de personas que solíamos encontrar. Tomé a Tari por el collar y seguimos caminando. Sin mirar atrás doblé a un sendero de bosque ya que mi intención era regresar lo más rápido posible al área urbanizada sin llamar la atención del joven extraño y sin dar la impresión de que trataba de escapar. Y también quería tener bajo control los movimientos del hombre. Estaba bajando por el sendero con Tari a mi lado y Akhami se había quedado parada atrás. Pensaba que mi perrita se había asustado del joven y que estaba esperando que el hombre desapareciera. Pero el joven de pronto cambió de dirección, entró en los arbustos y se dirigió directamente a Tari y a mí como si quisiera cerrarnos el camino. Me quedé parada y con un gesto llamativo le quité el bozal a Tari. Estaba esperando. Él quién se comporta como una víctima llegará a convertirse en ella, pensaba yo y noté que Tari, siempre a mi lado, se puso tenso y se estaba preparando para lo mismo que yo. Bien, ven acá, pensé con los ojos fijos en el hombre que de pronto se quedó inmóvil, vacilando. Nos estaba observando. De pronto se dio vuelta y abriéndose el paso en la maleza cogió en dirección hacia el camino principal. A cada rato volvía a vernos y una rama le golpeó en su cara fea. Sentí una satisfacción maliciosa.

Me quedé observando la retirada del joven. Volvió al camino principal y comenzó a subir la loma. Traté de llamar a Akhami y quería desaparecer del lugar lo más pronto posible, sin embargo Akha se quedaba parada en el sendero encima de nosotros sin intención de moverse de allí. Hasta entonces me di cuenta que todo el tiempo Akha estaba observando al hombre sospechoso. No motivada por el miedo, como había pensado yo, sino porque ella y Tari estaban cumpliendo papeles distintos. Tari, el más fuerte, me protegía a mí, mientras que Akhami cuidaba los alrededores. Y de pronto sonó su alarma. En todo el bosque se oyó el eco de una serie de tonos penetrantes y ásperos – rrrau-rrrau-rrrau. No reconocía su voz. Nunca había ladrado así. Volví la cara para saber qué estaba pasando. El joven volvió a cambiar de dirección, entrando en el bosque de nuevo para dar con el sendero en que estaba parada yo y Tari. Pero esta vez me hubiera sorprendido por detrás. Sin embargo, mi valiente perrita guardaba mis espaldas. Nunca se me hubiera ocurrido que esta perrita pequeña y tímida con su carita tierna fuera capaz de hacer algo así, y menos todavía que pudiera darle miedo a alguien. Pero allí estaba, mi amiga valiente, sin retroceder ni un paso, y sin miedo le gritaba a todo pulmón al hombre malvado. Y él tenía miedo – y yo tenía miedo de que le hiciera algo a mi amiga Akha, la llamaba, pero ella no me hacía caso. Ya estaba yo por ir a ayudarla, cuando de pronto el joven retrocedió y dentro de un rato desapareció en la loma. Ya no lo volvimos a ver más.

Akha llegó corriendo hacia mi, feliz, saltando alto para tocarme la cara con su hocico. La acaricié, igual como a Tari. Juntos logramos a superar el peligro. Somos una manada que no es fácil de vencer.

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