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Niebla, la podenca andaluz

5. 9. 2011

En realidad ya no me acuerdo si realmente sucedió así…

En el mes de mayo participé gracias a mis amigos podenqueros en su ya tercera expedición "Podenco ibicenco” en España. Cada una de las tres expediciones merecería ser tema de mis cuentos, pero yo todavía tengo la mente y el corazón llenos de los recuerdos de la última. Yo, una amante de los perros nata, me he enamorado locamente y no me recupero todavía.

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Hace años, durante uno del sinnúmero de mis viajes a España me compré una revista de perros. Contenía un artículo sobre una perra podenco andaluz. Su nombre era Lucero, como el lucero blanco que adornaba su hocico. Lucero fue una cazadora excelente, pero su dueño no era buena persona. La perra se le escapó y comenzó a vivir sola en las montañas, independiente, valiente, libre. Los cazadores del pueblo cercano querían capturarla; todo el mundo la quería para él, ya que era el mejor perro de caza que se había conocido en la región. Pero no era posible capturar a Lucero. Después de un tiempo, Lucero dio a luz a una camada en una cueva de las montañas. El cazador, el narrador de la historia, al final logró a tener una de sus hijas. De la cueva en las montañas se trajo una perrita, que igualmente como su madre llegó a ser una cazadora excelente y su amiga fiel por muchos años.

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La historia de la podenca Lucero se quedó por mucho en mi mente. En una de las excursiones a las montañas españolas vi un perro vagando solo lejos de los pueblos; era un animal pequeño y hermoso, un podenco rojo trotando orgullosamente en el paisaje árido y hostil. Se me ocurrió que si no se me cumpliera mi sueño de tener un azawakh, trataría a contactarme con los cazadores locales para averiguar si de uno de mis viajes a España, un país que aprendí a querer tanto, podría llevarme un recuerdo vivo – un podenco andaluz. Pero mi bello sueño de tener un azawakh se me cumplió y Lucero y su historia se quedaron perdidos en la profundidad de mis recuerdos.

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Pero luego llegó la “Expedición podenco“ y un fin de semana en Vilanova D´Alcolea. Feria de caza, monográfica de los magníficos podencos ibicencos, exhibición de los resultados del afán de los criadores de todos tipos de podencos de España. Un ambiente interesante, centenares de perros, miles de personas. Una alegre algarabía en todas partes. Mucho que conocer, aprender y entender.

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Y de pronto… ya no me acuerdo, ¿realmente sucedió de esta manera?

Pasaba junto al estand de una organización que se dedicaba a repoblaciones de caza. En todo aquel alegre caos, rodeada de perros y gente, de pronto sentí encima de mí una mirada… una energía intensa… una llamada silenciosa… Volví la cabeza y miré directamente en un par de bellos ojos caninos. Una diminuta perrita blanca estaba acostada dentro del estand en una silla y su mirada me escogió a mí entre la muchedumbre. Me quedé perpleja. No entendía lo que pasaba… era una sensación extraña. Volví a ver el mostrador del estand. Había un cartel anunciando: Se vende una perra de podenco andaluz de 5,5 meses. Empecé a hablar con los hombres del estand y les pregunté si podía entrar a ver a la perrita. Me agaché y la toqué. Una perrita tierna, un poco insegura, levantó su cabecita y me olió tímidamente. Comenzamos a hablar, ella y yo. Con las yemas de mis dedos acaricié su carita. Me lamió la mano. Y precisamente en ese momento sucedió. Me enamoré. Una bella criatura llamada Niebla me envolvió en su ternura; me estaba ahogando en su profunda alma canina, en sus ojos. Estaba perdida.

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Los hombres del estand observaban a la extranjera alocada y se la pasaban bien. Cuando quise tomarle fotos a Niebla, me quitaron la cámara de las manos, diciendo que me harían las fotos para que saliéramos juntas Niebla y yo. Y me decían por qué no me la llevaba, si me gustaba tanto. Mi respuesta que la línea aérea con la que regresaba a mi país no llevaba animales no les parecía de suficiente peso y me dijeron que mandarían a Niebla con otro transportador. Mi razón y sentimientos libraron una dura batalla y rechacé la oferta. Sin embargo, el dueño de Niebla me dio la tarjeta de presentación de la empresa y escribió su nombre y teléfono a su dorso. Dijo que si cambiaba de opinión, bastaba con llamarle. Más tarde, siempre cuando pasaba junto al estand, sentía la mirada de los bellos ojos de Niebla.

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No era fácil regresar a casa. Esperando mi vuelo, estaba sentada en el aeropuerto y apretaba en la mano la tarjeta del dueño de Niebla. Estaba triste. Mi razón entendía que mi decisión había sido la correcta. La joven perrita simplemente no encajaba en el ajustado plan de trabajo que me esperaba en las próximas semanas. Llevármela no sería justo ni para ella ni para mi marido, que iba a cuidar de nuestros dos azawakhs sin mucho apoyo de mi parte durante un tiempo.

Pasaron un par de semanas y yo no resistí y puse una nota debajo de la foto de Niebla en Facebook… y se armó un verdadero lío de reacciones y comentarios de mis amigos, incentivándome a tomar el teléfono y llamar. Me decían que si Niebla ya estuviese con un nuevo dueño, sería porque así lo quería el destino. Y si no...

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Marqué el número. No respondía nadie. Ya ven, escribí en Facebook, ustedes me están torturando y el dueño de Niebla no responde. Es el destino. Apenas me dio tiempo de terminar de escribir el mensaje. Sonó el teléfono. Levanté el auricular de mala gana. “Hola,“ se oyó una voz de hombre en español, “encontré una llamada perdida de este número, entonces estoy llamando… “

Le expliqué quien era yo. El dueño de Niebla se acordaba de mí. Se notaba que le parecía divertido. Una mujer tan alocada y encaprichada con una perrita no se encuentra todos los días. Hablamos. Niebla seguía con él. Estaba dispuesto a mandármela. Sin pedir nada a cambio; estaba dispuesto a regalarme a Niebla simplemente porque algo así no le había pasado nunca… Le costaba entender por qué me interesaba exactamente Niebla… Decía que tenía mejores perros, representantes más perfectos de la raza, que podría escoger… No estoy segura hasta qué punto entendió que se trataba de algo muy personal. Que había algo entre ella y yo, un sentimiento intangible, ilógico, algo que venía de más allá de nuestro mundo material. Le di las gracias por su voluntad de dejarme a Niebla y me despedí explicando que primero debería discutir el tema con mi mucho más razonable marido.

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Mi marido y yo analizamos la situación desde todos los puntos de vista. Ganó la razón. Otra vez. Niebla, mi pequeña y tierna perrita blanca, no está conmigo.

Entonces a veces, paseando con mis dos azawakhs, me pongo a soñar. Imagino a mi maravillosa Akhami, corriendo libre a toda velocidad a través del campo, seguida por su pequeña amiga blanca… Mi viejo caballero azawakh Tari, participando en juegos alocados de las jóvenes… Una perrita blanca en mis brazos… Niebla.

Soñar es tan lindo... y triste. Un poco.

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Que te vaya bien, Niebla, Nieblita, perrita blanca de mi alma. Te quedarás para siempre en mi corazón…